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Kim Ji-young, nacida en 1982

Kim Ji-young, nacida en 1982
Author
Cho Nam-ju
Co-Author
-
Translator
Joo Hasun
Publisher
Alfaguara
Published Year
2019
Country
SPAIN
Classification

KDC구분 > literature > Korean Literature > Korean Fiction > 21st century

Original Title
82년생 김지영
Original Language

Korean(한국어)

Romanization of Original
82 nyeonsaeng Gim Jiyeong
ISBN
9788420437927
Page
157
Volume
-
Writer default image
  • Cho Nam-ju
  • Birth : 1978 ~ -
  • Occupation : Novelist
  • First Name : Nam-ju
  • Family Name : Cho
  • Korean Name : 조남주
  • ISNI : 0000000460558831
  • Works : 70
No. Call No. Location Status Due Date Reservation
1 스페인 813 조남주 팔-주 LTI Korea Library Available - -
Descriptions
  • Spanish(Español)

Su nombre es Kim Ji-young. Tiene 33 años y el nombre más común de Corea. Su historia ha incendiado Asia entera.

«Ni siquiera yo sé si me casaré o si tendré hijos. O puede que me muera antes. ¿Por qué tengo que renunciar a lo que quiero ser o hacer por un futuro que no sé si llegará o no?»

Esta novela ha pasado de ser la breve historia de una joven coreana a convertirse en un terremoto que ha sacudido a las mujeres de medio mundo. Kim Ji-young (que lleva el nombre más común entre las mujeres coreanas nacidas en 1982) es aparentemente una mujer como cualquier otra, con una juventud sin pena ni gloria, siempre a la sombra. Todo se retuerce cuando, de repente, Kim empieza a hablar con las voces de su madre, de una amiga desaparecida, de otras muchas mujeres. Lo que parecía una broma adquiere el tono de una respuesta, de una insurrección y, para los demás, el tono de una enfermedad.

Este libro ha sido una embestida para el panorama literario de todos los países en los que se ha publicado. Bajo su aparente sencillez, hay una sensación de peligro que palpita a lo largo de todas sus páginas y que ha abierto una grieta en los estándares de la literatura contemporánea.

Source : https://www.amazon.com/Ji-young-nacida-1982-Jiyoung-Spanish/dp/8420437921

Book Reviews1

  • Spanish(Español)
    Ser Kim Ji-young
    Quisiera abrir este ensayo asegurando que no somos Kim Ji-young, que nuestras madres y abuelas no lo fueron, pero una chispa brinca en mi interior. Si llego a mentir, me voy a incendiar. A muchos kilómetros de distancia una mujer coreana abrirá los ojos y sentirá de inmediato un peso caer sobre su pecho. Este le presionará el tórax, le explorará los pulmones, le impedirá gritar, llorar. Yo sentiré lo mismo al despertar mañana. Esta mujer tal vez esté recordando su niñez, cuando tuvo que cederle su plato de arroz a su hermano o cuando le regalaron una muñeca para aprender a cuidar de los niños desde sus siete años. Quizás aún no ha pensado en la responsabilidad de ser mujer, hermana e hija. Su cuerpo dejó de pertenecerle cuando su pecho creció y sus piernas se alargaron, se volvió el objeto de admiración del ojo público, de aquellos que opinan sobre él; todos lo juzgan, lo moldean a su gusto. Todos, menos ella, tiene el poder sobre lo que es suyo. De niña creía que ser mujer era un privilegio, ¿debe serlo?, me pregunto ahora, ¿acaso el privilegio no denota la desigualdad? Sí. Pensaba que me cederían el puesto cuando volviera a la casa después de un largo día, que me abrirían la puerta y me llamaría con el título de señorita. Sin embargo, el título no agrega ni quita nada cuando al ir creciendo los piropos y las miradas morbosas me desarmaron. ¿Le habrá pasado lo mismo a la mujer coreana? Kim Ji-young se subió a un bus y fue acosada por un joven apenas mayor que ella. “No es culpa tuya”, le dijo la mujer que bajó para ayudarla. “No es culpa tuya”, me hubiera gustado decirle a mi amiga que sufrió abuso en vez de quedarme callada y sentir pesar. Tal vez falta un poco de educación sobre la culpa. Falta una materia en el colegio que nos enseñe que el ser mujer no es sinónimo de abuso, ni objeto, ni culpa. Que nuestro cuerpo es tan libre como el de los hombres y que también podemos ser profesionales que ganen un alto salario, que podemos ser madres sin perder los sueños o que podemos decidir no serlo sin ser criticadas. En la escuela nos enseñan que podemos ser hasta donde el límite lo permite. Chimamanda dice: "Enseñamos a las chicas a tener vergüenza. "Cierra las piernas". "Tápate". Les hacemos sentir que, por el hecho de nacer mujeres, ya son culpables de algo. Y lo que sucede es que las chicas se convierten en mujeres que no pueden decir que experimentan deseo. Que se silencian a sí mismas. Que no pueden decir lo que piensan realmente. Que han convertido el fingimiento en un arte". Pienso en la educación de Kim Ji-young y su hermana, la abuela les enseñó que primero estaba su hermano, en el colegio les enseñaron a silenciar el cuerpo cuando les llegó la menstruación. Ji-young aprendió que el niño que la molestaba lo hacía porque le gustaba, “Si a uno le gusta alguien, debe ser más cariñoso y amable con esa persona, ya sea un amigo, un familiar o el perro o el gato que uno cría”. Esa fue la hermosa conclusión de la Kim Jiyoung de siete años, que priorizó su tranquilidad y le pidió a la profesora que la cambiara de puesto. Así se dio la primera lección sobre sí misma. La tristeza de Kim Ji-young es la de muchas, es la mía, porque realmente no sé qué hacer para controlar estas ganas de llorar y escribir, estas ganas de despertar siendo otra, pero esa otra puede que en el fondo esté peor de rota y entonces no hay forma de escapar de lo que me tocó ser. La mujer coreana, que aún no abre los ojos, sabe lo caras que son las toallas higiénicas, lo dolorosos que son los cólicos menstruales, el pudor por las manchas de sangre y los comentarios como: “con razón estabas tan enojada”, o, “deje la histeria, ¿está en sus días?”. Como si eligiéramos el grado de dolor, la cantidad de sangre o el sentimiento que aflora de forma totalmente natural en nosotras. Como si desde pequeñas no nos hubieran inculcado que del periodo no se habla y que es tema de mujeres que los hombres no pueden conocer porque se incomodan. Mi historia y la de muchas, la de la mujer coreana y la de Kim Ji-young es que nos queremos levantar después de calurosos sueños e ir a bañarnos sin avergonzarnos de las posibles manchas de sangre que se han extendido por los calzones durante la noche, o retorcernos en nuestras camas con los ojos apretados y las manos sobre el abdomen bajo, porque sí, los cólicos en algunas son desgarradores y no nos hace débiles admitirlo y tomar una pastilla para aliviar lo que taladra por dentro. Recuerdo las palabras de la abuela: “No importa. La próxima vez tendrás un varón”. El cuerpo de la madre de Kim Ji-young no era de ella, le pertenecía a la necesidad de engendrar un hijo varón, al silencio de su dolor, a la soledad de su corazón después del aborto. También quería quedarse en su cama y gritar porque tuvo que extraer una parte de ella que iba a nacer para no descuadrar a la sociedad con otra niña, para darle su adorado varón a una abuela criada para servir al hombre, ¿qué alternativa tenía ella? Y de nuevo las palabras de Chimamanda complementan este escrito: "El problema del género es que prescribe cómo tenemos que ser, en vez de reconocer cómo somos. Imagínense lo felices que seríamos, lo libres que seríamos siendo quienes somos en realidad, sin sufrir la carga de las expectativas de género". Nos prometieron desde niñas que el ser madre era maravilloso y que íbamos a ser felices, se les olvidó contarnos que toca llenar una amplia lista de expectativas y cubrir una más grande de responsabilidades. Cuando la mamá de Kim Ji-young abortó a su tercera niña, lloré. No sabría decir bien por qué, pero lo hice. Tal vez por la empatía o el temor de que algo así me llegue a pasar. Quizá porque descubrí que no me habían dicho antes lo injusto que resulta ser mujer al final del día. Entonces, pensé en mi mamá, en mis tías y en todas las mujeres cercanas a mí, en mis amigas y cómplices. Pensé en todo lo que requiere ser mujer, en lo que ha requerido desde hace tiempo, pues los años han pasado y si bien el mundo se jacta de su cambio, “las pequeñas reglas, los pactos y las costumbres seguían sin actualizarse. En conclusión, el mundo no había cambiado tanto”, pensó nuestra protagonista y concuerdo con ella. ¿Por qué Kim Ji-young tuvo que dejar su trabajo para ser madre?, o ¿por qué se tenía que encargar de la comida de sus suegros y cuñada en las fiestas?, ¿acaso sus padres no la extrañaban y no hubieran querido celebrar las fiestas con su hija? Claramente fue ella quien se acostumbró a renuncia. ¿La labor de la mujer, además de la culpa y los deberes, es renunciar? ¿Será que debemos ser fuertes y esperar que el cambio llegue? Bueno, la historia ha demostrado que la cuestión no es esperar, que el cambio se da con acciones, que las voces de muchas se han alzado para que en este momento las cosas sean mejores. ¿Pero la mujer coreana, que pronto abrirá los ojos, creerá en eso? Pienso que si nos toca sufrir el ardor de estas heridas, no estaría mal hacerlo juntas. Llorar y luego darnos ánimos para que el mundo no nos termine de romper. Decirle juntas a Kim Ji-young, y a todas esas mujeres, que no es su culpa, que son fuertes y que tienen derecho a cumplir sus sueños, que está bien no ser madre o serlo y también trabajar. Que nuestros hermanos pueden para pagar sus propios estudios y que pueden tender solos sus camas. Que amar está bien, que no hacerlo también, que el corazón se tiene que vaciar a veces para no rebasar su capacidad, luego se volverá a llenar. Que nuestro mundo sigue en construcción y que será una eterna tarea, porque hay varios muros por tumbar y otros que inevitablemente se reconstruirán. No importa, amiga corana, no importa, Kim Ji-young, seguimos aprendiendo de las otras a romper y rehacer. Quisiera gritarle a la mujer coreana lo que dijo la mamá de Kim Ji-young: “no te portes bien. Atrévete a hacer cosas, ¡corre riesgos!”. Quisiera gritárselo a mi mamá, a mis tías, a mi yo de diez años que le reprochaba a su papá porque su hermano tenía el beneficio de dar su opinión y ella no. Me lo gritaría ahorita mismo, porque siento que el corazón se me hace nieve, como el de Kim Ji-young cuando consiguió su primer trabajo y su novio la ánimo. La diferencia es que el mío tiene miedo de que mis manos sigan escribiendo y que estas palabras jamás sean leídas ni comprendidas. Teme porque quizá ni yo misma soy capaz de abrazarme y decirme que escriba, porque es lo que quiero, no ser una trabajadora más, resignada al sistema y con un jefe morboso e intimidador, ni ser una madre entregada devotamente a sus hijos, tanto que siente sus tristezas, ni la hermana compresiva que apoya a su hermano por encima de su propio dolor. Marvel Moreno dice en su libro El tiempo de las amazonas lo siguiente: "[…] pocas mujeres podían jactarse de vivir como les diera la gana. Vivían prisioneras de sus hijos, de las conversaciones sociales o del amor". Quisiera escapar de eso, quisiera que la mujer coreana, que está por despertar, lo haga también. Al final, Kim Ji-young fue un objeto de estudio de un psiquiatra que comprende lo difícil que es ser mujer en Corea y más si se tiene hijos, pero claro, asegura que es mejor contratar a una chica soltera, para no correr el riesgo de matrimonio y embarazo. No hay que romantizar el ser mujer, es duro, hay que admitirlo, vivimos en una constante lucha entre nosotras, porque nos enseñaron que la otra es mi competencia. Nos mantenemos con sonrisas falsas para agradar al jefe. Soportamos el acoso porque nos dijeron que aguantar unos meses en ese trabajo nos va a abrir más puertas, o porque el miedo y la humillación nos impiden hablar. Debemos portarnos bien. Pero ese deber ser es tan frágil que se quiebra con el primer soplo de los vientos de agosto y el pasar del tiempo lo hará polvo, se transformará. Y como dice la bella nota de la autora al cerrar el libro “[… el mundo debe ser un lugar mejor para vivir. […] para que todas las hijas de este mundo puedan lograr un mayor crecimiento, llegar más alto y alcanzar más sueños grandiosos”. La mujer coreana abre los ojos y siente el peso, este se esparce por su cuerpo, pero la sensación es otra, es la de sentirse bien con quien es, hable sola o imite voces, sonría o llore. Siente por un segundo la mano de su madre acariciarle la cabeza y decirle que está bien, que todas pasamos por momentos de desconocimiento y que el futuro brillará más. La mujer coreana y yo nos levantaremos con el alivio de que la lluvia se llevará el dolor pasado y dejará sobre la tierra una nueva Kim Ji-young.
    2022-09-07 16:57
    by Jeraldin Valero Coba